domingo, 23 de diciembre de 2007

Querido Balthus, yo también perdí a mi gato (Fragmento)

a Elma Murrugarra


La noche que perdí a mi gato tuve un sueño.
Yo iba a la tienda a comprar algo,
un carro frenó de repente.
Yo miré la calle desierta,
ya no iba a comprar algo.
Mi gato estaba muerto tirado en la calle muerta.

La noche que perdí a mi gato, Balthus querido,
yo sólo tenía seis años.

lunes, 17 de diciembre de 2007

EL AGUA Y LOS SUEÑOS

… Luego todas esas aguas calmas son de leche
Y todo lo que se derrama en las blandas soledades de la mañana.
Saint-John Perse

Siempre quiso ser un pez.
Caían rayos y nadaba sin parar, se negaba al cansancio,
buscaba el rostro de mi abuela en las aguas del río que le vio nacer,
nadaba por horas y extrañas aletas se le emparejaban,
lo miraban como si fuera un pez
y mi padre dormía bajo el río, pero despertaba antes de ahogarse,
soñaba que un inmenso cuerpo de agua lo tomaba por el cuello,
lo sacudía una y otra vez,
entonces despertaba y seguía nadando contra la corriente,
siempre contra el río a quien nunca pudo vencer.

Mi padre, solo por el mundo de las idolatrías,
esperaba la vuelta de mi abuelo que se embarcaba en el Carmen
y se dormía al esperar,
soñaba que un inmenso cuerpo de agua,
que lo sacudía por el cuello,
lo injuriaba.
Y mi padre se despertaba entonces,
subía al mástil de los barcos,
se lanzaba al río
queriendo ser un pez que sabía volar,
nadaba por horas contra la corriente
hasta el cansancio, hasta el sueño
donde un inmenso cuerpo de agua lo sacudía por el cuello
y le cantaba las canciones que mi abuela no pudo.

Mi padre pasaba horas enteras sentado en las bancas del parque
creyendo que Dios era una mierda,
se quedaba dormido y sudaba las aguas del aire,
soñaba que un inmenso cuerpo de agua lo abrazaba de pronto
con cariño maternal,
y se reconocía en el sueño, sin querer despertarse
recordaba los bailes alrededor de mi abuela
y nadando de frío por las calles silenciosas de la ciudad,
se emparejaba a furibundas aletas describiendo diminutas eses en el agua.

Mi padre encontró la felicidad en el nado,
en la imagen femenina del agua, diría por esos mismos años Gaston Bachelard,
quien trabajaba en lo mismo,
quien soñaba con inmensos cuerpos de agua que lo tomaban
por el cuello queriéndolo injuriar,
y muy temprano con el canto de las aves, mi padre y Gaston
salían a las rutas que el servicio postal les asignaba,
repartían las cartas mientras ambos pensaban en el agua,
en los sueños femeninos, en la imagen ausente de la madre
y nadaban,
uno por el agua de los sueños,
mi padre contra el agua lunar.

viernes, 14 de diciembre de 2007

EL NOMBRE

Antes de morir mi abuelo me puso el nombre.
Nací un miércoles a las tres de la tarde.
Mi abuelo
olvidó llevar su sombrero hacia la muerte,
y yo crecí esperando
que un día él entrara a la casa,
llevando el pan para la cena.
Crecí entre los cantos de mi madre
y los silbidos de mi padre.
En silencio, mi abuelo me arrulló muchas veces,
en secreto decía mi nombre,
pero él no vivía con nosotros, vivía en otra parte.

Antes de morir mi abuelo me puso el nombre,
que se llame Álvaro, dijo
y Álvaro fui desde el principio.

martes, 11 de diciembre de 2007

EPITAFIOS DE MADERA: LA POESÍA DE ÁLVARO SOLÍS

Decía Mark Strand que hay poetas que se descubren tras varias lecturas, y hay otros que ejercen un poder de atracción inmediato. Este es el caso de Álvaro Solís, a quien leí en una librería de Villahermosa un martes de febrero de 2007 y a quien conocí por fortuna dos días más tarde: cauto, sereno, misterioso, de pronto bullicioso, igual que sus poemas. Desde el primer instante de la solitaria lectura se apoderó de mí algo que he vuelto a sentir en este nuevo libro, Cantalao, y es la rotunda y casi cegadora claridad de exposición de sus poemas: en un verso condensa tantas cosas al mismo tiempo que cuesta trabajo creer que pueda seguir manteniendo esa misma tensión a lo largo de las siguientes páginas. Y lo logra porque tiene mucho qué decir, un decir acumulativo mas no reiterativo, donde la presencia del mar y el río le permiten encontrar un cauce por donde transita su voz con una conmovedoray total naturalidad.
Sus poemas se desenvuelven como hojas de papiro, caen sin dificultad como las hojas de un árbol, tocan tierra como dulces copos de nieve. Por virtud de su imaginación, aliada de su inteligencia, de su vida vuelta palabras –que no es otra cosa que la misma poesía–, su poética mantiene una musicalidad cauta, en un registro vocálico que cautiva, que atrapa por su exactitud y simetría, por su hábil maniobrar en el lenguaje, el cual nunca excede sus límites sino que por el contrario los refrena, logrando que su poesía sea amplia, diversa, pero ferozmente unitaria. Él está enamorado de las palabras, pero lo suficiente como para no caer en la ceguera de la musicalidad ni en las aguas encrespadas de la experimentación.
En los dos libros que conozco, Solisón y Cantalao, su tono es elegíaco, dulcemente elegíaco, su entonación es salmódica, deliciosamente salmódica, de manera que lo que dice logra encandilar al lector para que éste haga suyas sus propias palabras. Iba a escribir narraciones, porque en los poemas de Álvaro Solís siempre hay un tenue hilo argumental
que nos va llevando mar adentro de su poesía. Y allí, en la mitad de la nada de sus palabras, nos suelta, y nos deja solos, al final de un poema, con un verso magistral como éste: “El mar es la tumba de Dios sin epitafio”. Después de esto no queda más que arrodillarse. Es, sin lugar a dudas, uno de los jóvenes poetas latinoamericanos
de las últimas generaciones que más convence y, por lo mismo, más promete. Vemos pasar por sus versos, como ráfagas de peces, voces como las de Álvaro Mutis, Saint John Perse, Elytis, Walcott y Cernuda, que no llegan a enturbiar sus aguas, sino por el contrario las fortalecen, las hacen únicas. Necesitábamos una poesía como la de Solís, lejos de un vacío conceptualismo, lejos de un baldío coloquialismo, lejos de ese esquelético minimalismo que algunos han ondeado como su bandera; una poesía que sepa navegar en aguas profundas con la naturalidad de un curtido marino, y que nos lleve con el remo de sus palabras, como lo dice en “Indicaciones del barquero”:

Debes remar sin prisa,
la otra orilla te esperará de todas formas.
RAMÓN COTE BARAIBAR

COMENTARIO DE WALDO LEYVA A “LOS DÍAS Y SUS DESIGNIOS”

Dichosa tú, memoria que puedes jugar a ser espejo, a devolvernos el rostro de la infancia, y hacernos creer que ese mundo era bueno. Los padres, el abuelo imprescindible, el arroyo en el patio de la casa, y aquellas palmas altas que se fueron achicando mientras crecía y cuyos frutos ya no alivian la sed, son testigos de ese espacio infiel del que nacen los versos de Los días y los designios con los que Álvaro Solís intenta rescatarse a sí mismo.

Autor de una ya extensa obra lírica a sus treinta y tres años, Álvaro no escapa a la tentación de cantar a esta edad, la edad del Cristo Azul de López Velarde, la edad en que Huidobro confiesa haber nacido. Pero la mirada del poeta tabasqueño es otra, no pretende atrapar lo trascendental ni busca la refundación de la poesía, emprende el viaje de la memoria a través de los sentidos y en contacto permanente con el mundo cotidiano que rodeó su infancia. La mayoría de los textos de este libro recorren con delectación ese espacio para estar más cerca del sueño, porque el poeta intuye que cuando acecha el sueño o la esperanza o el dolor estamos solos. Pero yo me atrevo a decirle, aprovechando la complicidad de la memoria, que su reino es también de este mundo, donde podrá, si se lo propone, no sólo conocer la esperanza, sino contribuir a conquistarla para el disfrute de los pobres mortales. Estoy seguro que el lector agradecerá la existencia de estos versos, que nos confirman la presencia entre nosotros, de una de las voces más auténticas de la nueva generación poética de Latinoamérica.

LA NOCHE ENTERA

Fuensanta:
¿tú conoces el mar?
dicen que es menos grande y menos hondo
que el pesar.
Ramón López Velarde


I

Nunca miramos el mar,
nunca nos detuvimos a mirarlo inalcanzable.
su furia contenida por años ruge sin parar y las palmeras inmóviles,
oleadas de sofocación, cortinas, entrecerradas ventanas.
Tanto calor como para fundar diez mil infiernos;
arden las paredes y mi cabeza arde en las brazas de este tiempo.

Nunca miramos el mar, nunca entrecerramos los ojos para mirar el mar de abril.

II
Apoyado en la ventana te esperé la noche entera.
La noche era un camino que no se podía recorrer con calma,
extendía sus fronteras hacia donde no era posible esperar.
Porque el corazón no puede soportar las heridas que produce la esperanza,
la noche era un sesgo que nunca aprendí a tomar con sigilo.

Tú me atormentabas diciendo que llegarías más tarde
con la indiferencia que se da la hora a algún desconocido.
Mi corazón era un volcán extinto que de repente exhala pequeñas fumarolas recordando el tiempo de erupción.
Pero aquel día mi paso fue más lento, y llegué tarde,
me esperabas con los jeans color rosa y tu cinta para el cabello y tus zapatos,
y tu bolso de mano y tu llavero y los rasgos de tu blusa y tu indiferencia del mismo color.
Parecías no advertir que te miraba, y pensé que estabas sola, que no esperabas,
que estabas muy lejos de casa, de los sabores resecos del invierno,
que no pertenecías a nadie, ni a ti misma,
mientras te maquillabas sin prisa mirándote al espejo
y agachabas la cabeza como avergonzada.
Ese día llegué tarde pero hicimos el amor con toda calma,
luego te pusiste mi camisa color vino
y pedimos comida china, relucían tus blancas piernas donde yo recostaba mi cabeza para
recordar tu gesto entristecido de la espera.

Porque la noche extiende sus dominios sobre todos los que anhelan el retorno de alguien que nunca volverá,
mi corazón contiene aun las furias de aquel mar que siempre nos fue inalcanzable.
Nunca miramos el mar,
nunca entrecerramos los ojos para mirar el mar de abril.