martes, 12 de febrero de 2008

LA ESPERA



Para Antoni Marí

Desde el fondo de la soledad y aún más de la desdicha,
si es dado que una ventana se abra, se puede, asomándose a ella,
ver, pues que andan lejos e intangibles, a los bienaventurados.

María Zambrano


Siempre estamos solos, el mundo no existe allá afuera,
ni la apretujada multitud, ni los campos, ni los bosques,
ni las playas propicias para el sosiego.

Cuando asecha el sueño o la esperanza o el dolor,
estamos solos, nadie nos espera de vuelta,
nadie recuerda nuestros mejores momentos;
(nuestra fugaz parcela de felicidad.)

Cuando asecha el insomnio o la incumplida promesa o la fe,
cerramos los parpados como para dormir
y la memoria repasa con precisión los despojos del día,
porque estamos inquietos y reinicia la mañana en sus vendimias ásperas,
su duermevela en todo lo que está al alcance
entre los sueños infantiles y la reumas de la vejez.

Cuando estamos en medio, miramos hacia atrás sin remordimiento
el paso del recuerdo que no produce temor,
reconocemos el odio,
negamos abrir los ojos porque ha sido insuficiente la noche
y escuchamos el mundo que nos llama,
su ayuna indiferencia, sus trajeadas prisas,
los desocupados asientos de la fortuna que se han alejado del todo
aunque sigamos tan solos, aunque sigamos tan solos,
aunque sigamos tan solos y solos y solos, como para morir.