martes, 3 de febrero de 2009

LOS DÍAS Y SUS DESIGNIOS



Palabras, ojos con los que tal vez no debimos mirar.
José Carlos Becerra



Los días, pequeñas losas sobre un hombro vencido,
la lluvia desgastándose en sus gotas sobre un mismo punto de cemento,
palabras, una detrás de otra, perturban la tranquilidad para el descanso.

Los días y las palabras maduran lejos del árbol,
en otra parte sus carnes gestan el sentido,
pequeñas losas sobre una mano cansada,
silencios al oído de quien no quiere escuchar.

Palabras en los ojos del ciego
que aun alza la cabeza para descifrar los astros.
En el recuerdo los designios y los días,
el mar que aún levanta sus furias con la noche.

Palabras necesarias y finitas,
pequeñas luces tiritando a lo lejos.
Porque están solas cuando nadie las mira,
las palabras guían los barcos cuando la tormenta
sacude la destreza de los náufragos.

DOMINGO


Y las altas
raíces curvadas celebraban
la partida de los prodigiosos caminos,
la intervención de las bóvedas y las naves.
Saint-John Perse


Yo quiero un mantel donde sentarnos a pasar la tarde
y recordar que arranqué la mala hierba con mis manos,
sacando al sol las raíces que a gusto germinaban bajo tierra.

Arranqué la hierba de los campos
que mi padre cosechó con naranjales y amarillentas limas,
y recordar
cuando mi padre enlutó los puños contra la pared,
cuando decidió que no era necesario el equipaje a donde iba
e incrustó sus manos contra aquel yeso del muro que todavía sostiene la casa,
el techo que alguna vez el aire arrebató
para mostrarnos el ojo de la tormenta,
como pequeñas luces que simulaban astros,
cuando todos supimos que el adiós era una grieta en la pared,

una grieta que debe sacarse al sol,
arrancarse como la hierba que sin quererlo nadie
crece todavía en los naranjales de mi padre,
en los campos que hace tiempo abandonó a su suerte.

Coronado de agridulces vainas el día,
su inmarscecible adiós, su cambio de escenario,
la mirada vigilante de mi padre dormitándose bajo un viejo tamarindo,
la orilla de un río del que nadie recuerda su nombre.

Y esas grietas que también coronan el cielo,
que giran y giran alrededor de la noche,
invisibles alrededor del día.

Yo quiero un día de campo,
tenderme bajo un viejo tamarindo
vigilando a mis nietos correr alrededor del agua,
y soñar con aquellas agridulces tardes
en que mi padre no enlutó los puños contra la pared.

La hierba secándose al sol frente a los naranjales,
los amarillentos limos girando y girando
en el aire, como aquellos satélites girando y girando,
en el aire en busca de la tierra que
gira y gira para volver siempre y repetidamente al mismo lugar.

LA EDAD DE CRISTO

He conocido todos los dolores,
conocí el dolor del desengaño
y el no rotundo de lo que intenté

en amores tengo la edad del cristo resignado,
desangrándose con lentitud bajo el intenso sol de abril.
Llevo en la boca la amargura del vinagre,
acedado con los daños.

Conozco el dolor, el no rotundo.