martes, 11 de diciembre de 2007

COMENTARIO DE WALDO LEYVA A “LOS DÍAS Y SUS DESIGNIOS”

Dichosa tú, memoria que puedes jugar a ser espejo, a devolvernos el rostro de la infancia, y hacernos creer que ese mundo era bueno. Los padres, el abuelo imprescindible, el arroyo en el patio de la casa, y aquellas palmas altas que se fueron achicando mientras crecía y cuyos frutos ya no alivian la sed, son testigos de ese espacio infiel del que nacen los versos de Los días y los designios con los que Álvaro Solís intenta rescatarse a sí mismo.

Autor de una ya extensa obra lírica a sus treinta y tres años, Álvaro no escapa a la tentación de cantar a esta edad, la edad del Cristo Azul de López Velarde, la edad en que Huidobro confiesa haber nacido. Pero la mirada del poeta tabasqueño es otra, no pretende atrapar lo trascendental ni busca la refundación de la poesía, emprende el viaje de la memoria a través de los sentidos y en contacto permanente con el mundo cotidiano que rodeó su infancia. La mayoría de los textos de este libro recorren con delectación ese espacio para estar más cerca del sueño, porque el poeta intuye que cuando acecha el sueño o la esperanza o el dolor estamos solos. Pero yo me atrevo a decirle, aprovechando la complicidad de la memoria, que su reino es también de este mundo, donde podrá, si se lo propone, no sólo conocer la esperanza, sino contribuir a conquistarla para el disfrute de los pobres mortales. Estoy seguro que el lector agradecerá la existencia de estos versos, que nos confirman la presencia entre nosotros, de una de las voces más auténticas de la nueva generación poética de Latinoamérica.

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