martes, 11 de diciembre de 2007

EPITAFIOS DE MADERA: LA POESÍA DE ÁLVARO SOLÍS

Decía Mark Strand que hay poetas que se descubren tras varias lecturas, y hay otros que ejercen un poder de atracción inmediato. Este es el caso de Álvaro Solís, a quien leí en una librería de Villahermosa un martes de febrero de 2007 y a quien conocí por fortuna dos días más tarde: cauto, sereno, misterioso, de pronto bullicioso, igual que sus poemas. Desde el primer instante de la solitaria lectura se apoderó de mí algo que he vuelto a sentir en este nuevo libro, Cantalao, y es la rotunda y casi cegadora claridad de exposición de sus poemas: en un verso condensa tantas cosas al mismo tiempo que cuesta trabajo creer que pueda seguir manteniendo esa misma tensión a lo largo de las siguientes páginas. Y lo logra porque tiene mucho qué decir, un decir acumulativo mas no reiterativo, donde la presencia del mar y el río le permiten encontrar un cauce por donde transita su voz con una conmovedoray total naturalidad.
Sus poemas se desenvuelven como hojas de papiro, caen sin dificultad como las hojas de un árbol, tocan tierra como dulces copos de nieve. Por virtud de su imaginación, aliada de su inteligencia, de su vida vuelta palabras –que no es otra cosa que la misma poesía–, su poética mantiene una musicalidad cauta, en un registro vocálico que cautiva, que atrapa por su exactitud y simetría, por su hábil maniobrar en el lenguaje, el cual nunca excede sus límites sino que por el contrario los refrena, logrando que su poesía sea amplia, diversa, pero ferozmente unitaria. Él está enamorado de las palabras, pero lo suficiente como para no caer en la ceguera de la musicalidad ni en las aguas encrespadas de la experimentación.
En los dos libros que conozco, Solisón y Cantalao, su tono es elegíaco, dulcemente elegíaco, su entonación es salmódica, deliciosamente salmódica, de manera que lo que dice logra encandilar al lector para que éste haga suyas sus propias palabras. Iba a escribir narraciones, porque en los poemas de Álvaro Solís siempre hay un tenue hilo argumental
que nos va llevando mar adentro de su poesía. Y allí, en la mitad de la nada de sus palabras, nos suelta, y nos deja solos, al final de un poema, con un verso magistral como éste: “El mar es la tumba de Dios sin epitafio”. Después de esto no queda más que arrodillarse. Es, sin lugar a dudas, uno de los jóvenes poetas latinoamericanos
de las últimas generaciones que más convence y, por lo mismo, más promete. Vemos pasar por sus versos, como ráfagas de peces, voces como las de Álvaro Mutis, Saint John Perse, Elytis, Walcott y Cernuda, que no llegan a enturbiar sus aguas, sino por el contrario las fortalecen, las hacen únicas. Necesitábamos una poesía como la de Solís, lejos de un vacío conceptualismo, lejos de un baldío coloquialismo, lejos de ese esquelético minimalismo que algunos han ondeado como su bandera; una poesía que sepa navegar en aguas profundas con la naturalidad de un curtido marino, y que nos lleve con el remo de sus palabras, como lo dice en “Indicaciones del barquero”:

Debes remar sin prisa,
la otra orilla te esperará de todas formas.
RAMÓN COTE BARAIBAR

3 comentarios:

Ana Corvera dijo...

"cauto, sereno, misterioso, de pronto bullicioso", casi igual que una noche con tres horas de lluvia.

Pia Leavy dijo...

Alvaro, mi nombre es Pia, felicitaciones por tu obra. Estoy tratando de contactarme contigo pero no se a donde escribirte. Soy fotógrafa y e interesaría proponerte algo, te escribo desde Argentina. mi mail es pialeavy@gmail.com
abrazo, q estes bien!

Ad Guerra dijo...

Álvaro llegue a tu pagina después de leer un file que me mando un amigo "mapa poético de México" y quiero decirte que dentro de los files (3 en total) tus textos sobresalieron a mi vista. Un saludo
Ad Guerra Poeta
Escritor Cubano
Blog:
http://cazadoresdelasombradelave-adguerra.blogspot.com/