domingo, 21 de septiembre de 2008

QUÉ DETESTABLE AQUEL QUE LLORA EN PÚBLICO

Abundan en funerales
o en esquinas llorosas novias, que sin decir palabra,
esperan retener al que ya desde antes, y aún estando, se ha ido.
Y los niños que lloran sus primeros días de kinder
sin saber que no se debe desperdiciar el llanto,
porque el amor reclamará esas lágrimas
y la muerte exigirá su cuota
de dolor podrido, de dolor a sombra,
cuando el sepulturero comience a cavar la fosa de quien más se ama.

Que detestable aquel que llora de hambre
pidiendo dinero en una esquina
exhibiendo el brazo mutilado,
tocando horriblemente la armónica
que llora de pena ante su mal sonido.

Yo prefiero la soledad de mi casa para llorar a gritos,
enjuago mis lágrimas con kleenex, me tiro a la cama,
pataleo y hasta rompo algún tiliche que hace tiempo no uso.
Lloro, sí, lloro con elegancia,
y mi dolor no es menos
de aquel que llora en público.

4 comentarios:

Rodrigo Díaz Bello (Erre) dijo...

Àlvaro,
qué buen poema,
qué elegancia la mía
ésta de cerrar la boca
y no decir más.

Saludos desde acá.

Nos vemos pronto.

Anónimo dijo...

pues que chillon el personaje del poema

Anónimo dijo...

Últimamente me espero a llegar a casa o l carro para llorar como contratada pero hubo un tiempo en el que no me podía agantar.

Alejandro Palizada dijo...

¿no llora en casa aquel cuya casa está en todas partes, ahí en medio del intempestivo afluente de miradas desconocidas?